domingo, 18 de diciembre de 2011

Un cuento (real) de Navidad: Cartas que fueron de amores



Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos:
papel anhelante, humano,
sin ojos que puedan serlo.
Miguel Hernández

Es preciso advertir al lector que, en esta ocasión, poco hay aquí de cañones y de guerras. Poco de inteligencia, seguridad y defensa encontrará esta vez quien pase adelante. Por el contrario, sí habrá cartas, papeles y archivos. También sentires, lamentos y alegrías por escrito. Además es Navidad, y aunque Frank Capra vuelva a las pantallas por enésima vez, no está de más hacer un alto en nuestras batallas diarias, en nuestros cañonazos cotidianos. Si el lector quiere encontrarse con un hallazgo documental, anónimo, sencillo pero lleno de emociones, pues vamos allá.

Si hace semanas escribía en este mismo espacio acerca de la actitud del explorador y el valor del reconocimiento avanzado, la casualidad ha querido que poco después, haya podido experimentar en primera persona la emoción del descubrimiento, en este caso documental y un tanto alejado de los temas relativos a inteligencia. Esta es, por tanto, una entrada de blog referida a los temas vinculados a la Historia Social de la Cultura Escrita y a la rama de documentación y archivos.

Ha ocurrido sin esperarlo, por sorpresa, como sólo las pequeñas grandes cosas suceden un día cualquiera, jalonando con una sonrisa el rutinario devenir de los quehaceres cotidianos. Resultado de una actitud de  alerta, exploración urbana o simplemente casualidad, el caso merece que me detenga hoy en él.

Camino de la universidad he reparado en ella casi de milagro. Allí, en una esquina de un contenedor atiborrado de enseres, maletas viejas, cuadros olvidados, escombro y derribos de toda una vida, la he encontrado casi moribunda, como pez boquiabierto y ojos extraviados. Quién sabe de qué naufragio doméstico procedía. La expresión era de tristeza y angustia, la de quien se siente irremediablemente perdido y olvidado. La de quien, agonizante, apura abandonado sus últimos momentos. Al principio no me ha parecido nada más que un papel anónimo sin mayor importancia. Pero su desnudez y la herida de la fea doblez por la que supuraba la sangre de su tinta, me han llamado la atención. Y, claro, como el inmortal autor dejó escrito a su paso por el Alcaná de Toledo, yo también suelo fijarme con afición (malsana, me dicen) en papeles y papelillos que van a morir a los pies de la ciudad:

Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y, como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía…” (Quijote, I, Cap. 9).

 
Una inspección algo más detallada ha arrojado un resultado inesperado: junto a esa primera superviviente desnuda, escondidas bajo otra maleta rota, se hallaban todas juntas y asustadas, unas cuantas compañeras más de infortunio y abandono. Al menos ellas estaban abrigadas con ropajes ajados: sobres caducos, de colores de un tiempo pasado: azulones, grisones, amarillentos. Viejos sellos viejos. Tanto esta primera como todas las demás (18 en total), estaban cubiertas por una fina capa de polvo acumulado como consecuencia de las tareas del derribo. Las he limpiado y, con paciencia, introducido en una bolsa hasta alejarlas de aquella muerte casi segura.



            Ahora, cuando cae la noche, me dispongo a leerlas, con respeto, tranquila y sosegadamente. También con un pudor propio de quien sabe que está accediendo a algo vedado, entrando sin permiso en vidas ajenas. Algo que son cartas escritas para sólo dos personas, algo que nadie pensó que fuese objeto de hallazgo fortuito y salvamento de una destrucción prácticamente segura, treinta y dos años después. Todas están fechadas en 1979, todas son de mujer. De C. a su amado M. Él se encuentra lejos, cumpliendo con el Servicio Militar, una “costumbre” que resultaba obligatoria no hace muchos años y que algunos todavía experimentamos en su momento. Años y años de reemplazos avivaron la necesidad epistolar y la enorme producción escrita de cartas desde cuarteles y estafetas se convirtió en una estampa típica de una época:

¿Qué tal cariño mío? Espero que al recibo de esta estés tú bien, yo como siempre, más o menos, acordándome mucho de ti y con muchas ganas de verte y tenerte junto a mí cuanto antes

Esa vida en común, añorada por C. se expresa de manera directa en el deseo de iniciar una vida juntos y “aunque tendremos que esperar, merecerá la pena, ¿verdad cariño?, pues es lo único que pienso [sic] en que salgas y podamos casarnos y como yo empezaré a ganar algún dinero, con lo de los dos saldremos adelante ¡Ves qué cosas me dan vueltas por la cabeza!”

Incluso puedo determinar, tras leer la primera, que fue a las siete y diez de la mañana del veinticinco de septiembre de 1979, martes para más señas, cuando C., muchacha que intuimos joven, se despedía de su novio M., soldado en Valladolid con unos sonoros “Te necesito más que nunca”, “Te quiero con todo mi corazón”, “Te necesito, vuelve cariño”.

…y empecemos otra vez nuestras vidas juntos como antes, pues cuando me pongo a pensarlo no se qué me pasa pero es como si algo me dijera que ya no iba a ser igual que antes y me da miedo que pienso luego que son tontadas mías…


¡Qué duda cabe! Hay mucha ternura en estas cartas de una novia a su novio que está lejos, cumpliendo con la Patria. Y sonrisas no exentas de faltas de ortografía: “ojalá estubiésemos* ya casados..”, “..te he notado apagado y me he hido* a casa de cabeza a acabar esta carta y hecharme* el llorico…”, “Ayer cuando estube* en casa de la Luci, la hermana del Rubio…” El sentir se desborda en ocasiones y, en otras, la torpeza en la expresión poética se suple con frases y palabras llenas de hiperbólico trazo:

“Y también he llorado por esto mismo; espero que no me guardes rencor y por favor, no dejes de quererme nunca, pues yo te necesito con todo mi ser..”

“Me pones que me invente alguna poesía pero yo te digo que no tengo cabeza para eso pero lo intentaré”

Y es curioso, cómo la mente trabaja a su ritmo, configurando la apariencia física de los novios, reconstruyendo sus vidas cotidianas, sus tranquilas salidas del trabajo, del taller y la fábrica, llegando a casa para ver la televisión, sola ella, mientras piensa en su novio continuamente:

“Ahora acabo de salir de trabajar y he venido cuanto antes para poder ver Con Ocho basta [¿Alguien se acuerda de esta mítica serie de familia? Yo sí, la ponían los viernes por la tarde y causó furor. ¡Qué impresión leer que alguien veía aquella misma serie!] y cuando he llegado ya estaba acabando. Por aquí ya te imaginas cómo es mi vida, pues me pego 10 horas trabajando y luego para casa…”

Lo de casarse parece que para C., más que una opción era una obsesión: sorprende tanta determinación que suena a objetivo vital irrenunciable [¿Se asustaría el muchacho?]:
 
“A mí ahora la idea de casarme contigo no me la quita nadie y en cuanto podamos, ya sabes: unidos para siempre hasta que la muerte nos separe. Seré tan feliz…! Aunque tengo un problema con respecto a eso, pues yo no sé cocinar y si sigo así me tendrás que enseñar tú…”

“Son las 8/2 estoy helada de frío, pues no ha parado de llover en toda la tarde y ahora me he puesto chipiada [mojada], además fíjate si seré torpe que he pisado un charco y me he calado los pies, pues venía corriendo y ni lo he visto…”


Para quienes seguimos experimentando un respeto especial por el testimonio manuscrito, en cualquier época y soporte, el hallazgo de unas cartitas como éstas, abandonadas a su suerte, poco antes de que un camión hiciera trizas recuerdos, memoria y sentimiento, suscita no pocas sensaciones. La primera de asombro y sorpresa. También de lástima por comprender que aquello que una vez fueron honduras del alma, sentires compartidos, acaben tan maltratados. Si un tiempo guardadas celosamente, ahora mostradas desnudas con sus secretos e intimidades, a la vista impúdica de todo aquel que pase por la calle.

El asunto del que escribo no es nuevo para mí. Son ya muchas reflexiones las que he dedicado al universo del sentir por escrito, al entorno de la producción de documentos que, agrupados en tipologías muy específicas, configuran el archivo del sentimiento en época moderna y contemporánea. Algo de ello escribí ya en este blog en mi anterior entrada titulada "Cartas de amor, palabras de guerra". 

Pero aquellos Archivos que fueron resultado del escribir femenino, consecuencia del ir y venir del “corazón a la pluma” ocuparon un espacio privilegiado en el seno de los lugares y muebles de memoria doméstica. Sentir, escribir y registrarlo por escrito constituye una práctica que hunde sus raíces en la más temprana Antigüedad configurando series propias de los archivos privados. No en vano, estoy hablando de una necesidad, la de la escritura como forma de expresión de la emoción y el sentimiento tan inherente al ser humano. Es este universo escriturario el mismo que llevan estudiando durante muchos años mis queridos compañeros del Seminario Interdisciplinar de Estudios de Cultura Escrita en la Universidad de Alcalá de Henares. Allí, dirigidas por Antonio Castillo y Verónica Sierra, las investigaciones en torno a la carta, a sus modos, prácticas, resultados y representaciones permite disponer de un conocimiento muy certero sobre el contexto de una tipología documental imperecedera.


Estas cartas encontradas se hermanan con otras muchas que, siglos atrás, también trenzaron otras mujeres. Son las mujeres que escriben cartas maravillosamente representadas por los Vermeer, Ter Borch, Metsu y tantos otros pintores de la escuela holandesa del siglo XVII que hicieron de esa práctica, el de la escritura y el de la recepción del mensaje del sentimiento, un momento trascendental en corazones sensibles. Son mujeres a las que el azar pone una carta en su regazo iniciando una aventura que rompe el tedio de la vida, como recogieron también las Cartas que siempre esperé de María de la Pau Janer (Planeta, 2010) o las que la vecina del piso de abajo relee una y otra vez, para conjurar el extravío emocional por el amado ausente en la fascinante película Amélie. Y son, sobre todo, mujeres que escriben y escribieron en épocas en las que la comunicación inmediata de nuestros días no podía casi ni imaginarse.

¡Cartas, siempre cartas! Como las que componen la epistolografía antigua en los papiros de Oxyrhynchus (342 d.C) las que recuperan fragmentos de vida cotidiana en ámbitos específicos de los siglos XVII al XIX como el mercantil, el diplomático, familiar, emigrante, etc. Son las mujeres que escriben cartas y trenzan suspiros, estudiadas por James Daybell o Susan Whyman para la Inglaterra de los Tudor. Y tantas otras, todavía anónimas o por descubrir.


 Esas cartas, esos fragmentos de vida vivida y sentida irán configurando los archivos del sentimiento hasta hacer de la acumulación de cartas, billetes, diarios y memorias un rico acervo documental preservado durante generaciones en ámbitos geográficos separados únicamente por kilómetros pero no por prácticas que se tornan idénticas: tanto en la Corona de Castilla a mediados del siglo XVI como en la ciudad de Londres a comienzos del XVIII. También en Indias, haciendo de cartas los “hilos que unen”, corazones y mentes, como ya estudiase magistralmente Enrique Otte en sus Cartas privadas de emigrantes a Indias: 1540-1616 y especialmente Rocío Sánchez Rubio e Isabel Testón Núñez en 1999 con su magnífico trabajo: El Hilo que une. Las relaciones epistolares en el Viejo y el Nuevo Mundo
   
Son cartas de amor que acabarán siendo objeto de norma, de procedimiento, de guía en forma de numerosos “estilos para escribir cartas” que tanto pulularon por los rincones de escritorios y mesas de los siglos XIX y XX y mucho antes, según nos ilustra Carmen Serrano conforme avanza en su próxima y esperada Tesis Doctoral. Cartas que una vez fueron veneradas como “reliquias sagradas”, formas sublimes de sentimientos por escrito que acabarían por ser motivo de una eucaristía por medio de ingesta de sus pedazos. No puedo olvidar el tremendo final de la Cárcel de Amor (siglo XV) y cómo, Leriano, a los pies de su amada que yace muerta, efectúa la más sublime y célebre de las manifestaciones de veneración ante las cartas que fueron de su amada:

«El lloro que hazía su madre de Leriano crecía la pena a todos los que en ella participavan; y como él siempre se acordase de Laureola, de lo que allí pasava tenía poca memoria. Y viendo que le quedava poco espacio para gozar de ver las dos cartas que della tenía, no sabía qué forma se diese con ellas. Cuando pensava rasgallas, parecíale que ofendería a Laureola en dexar perder razones de tanto precio; cuando pensava ponerlas en poder de algún suyo, temía que serían vistas, de donde para quien las embió se esperava peligro. Pues tomando de sus dudas lo más seguro, hizo traer una copa de agua, y hechas las cartas pedaços echólas en ella; y acabado esto, mandó que le sentasen en la cama y sentado, bevióselas en el agua y assí quedó contenta su voluntad». Diego de San Pedro, Cárcel de amor, ed. José Francisco Ruiz Casanova, Madrid, Cátedra, 1995, p. 149. Ver también el estudio de este pasaje en  Joseph F. Chorpenning, «Leriano´s Consumption of Laureola´s Letters in the Cárcel de Amor», Modern Language Notes, vol. 95: nº 2 (1980), pp. 442-445.

 En realidad, Pedro Salinas dejó escrito casi todo lo que se puede decir en torno a las cartas y sus excelencias en su “Elogio y vindicación de la correspondencia epistolar” dentro de ese texto maravilloso que es El Defensor. Y, cada cierto tiempo, afortunadamente, el mundo de la carta como forma de comunicación en declive pero siempre admirable, es retomado en títulos monográficos como el que dedicó de manera impecable la revista Litoral, sin perder de vista la edición cada cierto tiempo de epistolarios de personajes de celebridad o pantalla de cine: Liz Taylor y Richard Burton, el huraño Salinger y su amor secreto, los bandidos Bonnie & Clyde, etc., etc.
 
Sin embargo, qué duda cabe que el acto de sentarse a escribir a mano una carta o su humilde hijuela, la postal, empieza a ser propio de otra época. No es fácil abrir el buzón y encontrarse cartas. Si acaso las cosas cambian un poco en verano con las postales desde la playa o durante las vacaciones de Navidad con sus sempiternas felicitaciones. Es entonces cuando podemos retomar un poco más esta práctica en franco declive. Las estadísticas de los servicios de correos son inexorables: los índices de volumen de cartas y postales manuscritas han descendido dramáticamente. La escritura inmediata de los sms, la comunicación directa con el móvil y la urgencia de los foros y chats ha acabado por reducir a práctica casi anacrónica y un tanto envuelta en aura romántica la tranquilidad y el placer de escribir con pluma y a mano.   

Lo acaba de decir también Xavier Antich en La Vanguardia, apurando una interesante “Teoría de la carta”, donde, viene a ofrecernos a los “escribidores de cartas” una luz esperanzadora:
 
La verdad es que para escribir una carta no hay que tener sólo cosas que decir. Hace falta estar dispuesto también a explicar lo que nos pasa. Y, así, hay que estar dispuesto a desnudarse ante de otro. Pero sobre todo hay que estar preparado para escuchar, para recibir respuesta, para leer lo que el otro, al que hemos dicho algo, contesta, responde, confrontándonos así con una opinión que no es la nuestra. Para escribir una carta, sobre todo, hay que dar crédito a aquel a quien escribimos. Porque una carta no es un monólogo, ni un grifo que se abre para dejar salir a chorro la vida íntima. No es tampoco un mensaje dentro de una botella lanzada al mar. Una carta es una invitación al diálogo, el principio de una conversación”.

Estas humildes y emotivas en su ingenua sencillez cartas de amor enviadas por una novia a su novio militarizado me hacen pensar. Todos hemos amado. Al menos una vez en nuestra vida. ¿Es disculpable la torpeza de perder un amor, de no saber amar? ¿A qué saben los errores del sentimiento? Es preciso intentarlo y procurar alcanzar ese pedazo de felicidad. Al menos una vez en la vida. Sí. Y no olvidar que hablar y leer de amores por escrito no otorga sabiduría en el amar. Hablar de amor de oídas es asunto fraudulento: hay que pasear por galerías de almas y cuerpos para saber, al menos un poco, de estas doctas materias. En todo caso, no se acepta la incuria, el desalojo tan indiferente de aquellos pedazos de papel que un día fueron guardados primorosamente, preservados de miradas ajenas, de ojos inquietos. Elvira Lindo nos dejó también un sentido testimonio de lo que para ella son las cartas, primorosamente guardadas en cajas y cofrecillos, como hace varios siglos nos pintaron los holandeses, como siempre ha sido: 
“Las guardo como oro en paño. En una caja de madera. Después de haber vivido tantas mudanzas desde niña me he dado cuenta de que siempre hay que tener una caja, como antes se tenían los baúles, para guardar cartas que de otra manera acabarían en la basura. Cuando vuelvo a Madrid me encanta perder el tiempo hurgando en mi caja. Siempre se trata de un tesoro renovado. En mi caja de cartas late la vida de antes de mi vida: cartas que se escribieron mis padres de novios”.
 


Es cosa feliz esta de encontrar cartas de amor por la calle. Ese tipo de cartas, sean muchas o pocas, deberían conservarse. Cuidarse. Es cierto que la relectura de cartas puede ser un ejercicio difícil, complicado, una y mil veces aplazado. Releer amores es revivir dolores, aunque también placeres. Pero por favor, no tiren las cartas de amor a la basura. Aunque siempre puede haber una mano sensible que las recupere y las guarde con primor, no las tiren. Guarden, conserven. Por coherencia con aquel tiempo en que, al menos, una vez, uno amó y fue amado. Y si quieren desplazarlas de sus vidas, deshacerse del recuerdo inquietante que evocan, acudan al fuego o rasguen y trituren. Pero no las abandonen por la calle. Como ven, y así termino, no sería la primera vez. Que ustedes lo pasen bien:

Papeles rotos de las propias manos
Que os estimaron por reliquia santa,
Bien muestra ahora el viento que os levanta
Que cuando más pesados sóis livianos.
Si de mi libertad fuísteis tiranos
Por la sirena que escribiendo encanta,
Ya no tendrán conmigo fuerza tanta
Palabras locas y conceptos vanos


 Félix Lope de Vega, Colección escogida de obras no dramáticas, ed. Cayetano Rosell, Madrid, Atlas, 1950, p. 383. (BAE; 38)


Ah, por cierto! Cuando terminaba de escribir esto, he encontrado este magnífico post en un este bonito blog titulado: El jardín de mi duende. Merece la pena detenerse por sus evocaciones epistolares!




Diego NavarroB.




lunes, 31 de octubre de 2011

De profesores universitarios y de las ventajas y peligros de archivar demasiada información



Una anécdota real. 

En 2004 me encontraba en la Universidad de Denver (Boulder, Colorado) impartiendo unas conferencias gracias a la invitación de mi querido amigo Vincent Barletta. Consulté su biblioteca, encontré algunas publicaciones y artículos de interés para mis investigaciones en materia de inteligencia, paseé por su campus, disfruté incluso de la ciudad de Denver y, en suma completé el programa planificado semanas atrás.

Cuando llegó la hora de regresar a Madrid, un accidente monumental en las también monumentales autopistas de Estados Unidos me retuvo por espacio de una hora y media, tiempo suficiente para ver seriamente afectado el tiempo de embarque y, por extensión, mi regreso a España. Por fin llegué al aeropuerto. Estaba seguro de que llegaría. Justo al límite, pero lo conseguiría. Sin embargo, abrir la puerta del inmenso hall de aquel aeropuerto y ver la mayor concentración de viajeros por metro cuadrado que recuerdo fue todo uno. Cientos de filas, miles de personas allí esperando me devolvieron a la realidad: ¡vas a perder el avión!  Así que very polite pedí por favor a los amables empleados del aeropuerto que me condujeran hasta el control de seguridad y el arco de detección que, como puertas del paraíso, me permitirían acceder al mostrador de facturación y regresar a mi casa. Pero claro, las cosas se habían torcido desde el inicio del día y aún se habrían de torcer más.


He contado lo que a continuación sigue en varias ocasiones en reuniones y charlas de café. Lo hago ahora en esta entrada porque su segunda parte tiene mucha relación con lo que me ocurrió en el Aeropuerto de Denver. Bien, como decía, llegué al control de seguridad con, no un arco, sino ¡dos! , con no un equipo de seguridad privada, sino ¡dos!, inspeccionándolo ¡todo! Recordemos que en aquel momento la psicosis generalizada tras el 11-s se hallaba en su máximo esplendor y era evidente que aquel aeropuerto no escapaba al control estricto de todo y de todos sus pasajeros, por mucha prisa que tuviéramos. 

Me llegó el turno y comenzaron las exploraciones de mi equipaje compuesto de una maleta y una bolsa con el ordenador portátil. Concienzudamente uno de los guardias de seguridad extraía todos y cada uno de los papeles, carpetas, fotocopias y con la máxima tranquilidad, empezó a leer. Imaginen la escena: yo con los pantalones casi caídos mientras me inspeccionaban los zapatos, un vigilante revisando la maleta a fondo y otro empezando a meter sus enguantadas manos en mi bolsa con el ordenador donde había dejado las fotocopias de aquellos artículos y capítulos consultados los días anteriores en la biblioteca universitaria.


Claro, cuando el vigilante empezó a leer aquellos papeles y ver que se hablaba de seguridad nacional y terrorismo, de inteligencia y secretos de estado y de la estrategia de seguridad nacional, en un momento tan sensible como aquel en todo el territorio de Estados Unidos, la cosa empezó a pintar mal. What´s this? What kind of job do you have, Mr. Navarro?” Empecé a explicarle que era profesor, que venía de la Universidad de Boulder donde había estado consultando estos textos publicados en una revista científica, que todo era información abierta, que no me iba del País con secretos oficiales, que aquello era para mis clases etc. Cuando ya casi le había convencido y aún pensaba ingenuamente que llegaría a coger el avión, su otro compañero que acababa de inspeccionar toda la bolsa con el ordenador se acercó con cara de inquisidor portando en la mano un objeto que, de repente, me hizo tambalearme porque aquello no estaba previsto: ¿Qué era aquel objeto redondeado y por qué tenía el emblema de la CIA en su anverso? 

¡S**t! Aquello era un modesto posavasos de plástico que, lo juro, me lo encontré tirado por el campus de la University of Michigan en Ann Arbor el año anterior cuando estuve por aquellas tierras. Una mañana, paseando por su campus me lo encontré, sin más, lo prometo! Me pareció curioso (tal vez premonitorio) que hallase tirado en un campus universitario un objeto promocional de la CIA. Recuerdo que lo eché a la bolsa del ordenador y me olvidé de él. Nunca más volví a sacarlo y allí permaneció durante meses hasta aquella mañana en Denver. Claro, cuando ambos guardias de seguridad vieron que había demasiadas coincidencias raras, se miraron y a continuación pronunciaron la célebre frase: “por favor, acompáñenos”. 

Adiós vuelo, adiós regreso y comienzo de una aventura inesperada que podía acabar bien o.., en fin, muy mal si las cosas se complicaban. Mentalmente empecé a repasar: bien, vas a perder el avión, los amigos que me han invitado a la Universidad se han marchado de vacaciones, aquí no conozco a nadie, ¿hay cónsul de España en Denver? Piensa: ¿llevo todo conmigo? ¿por qué me mira tan mal este policía y por qué lleva un cinturón erizado de cosas: pistola Beretta de catorce disparos, cargadores de munición suplementarios, dos walkies, dos teléfonos, porra extensible, spray paralizante… ¿Y por qué vienen tantos y empiezan a situarse a mi alrededor mientras me explican que me siente en esta silla y que esto llevará unos minutos, tal vez horas?

Bien, aquello era Estados Unidos y durante más de media hora se hicieron todas las comprobaciones habidas y por haber para acreditar que yo era quien decía ser y que había hecho lo que decía haber hecho en la Universidad de Denver at Boulder, Colorado, Estados Unidos. Todo tiene explicación, pensaba yo, mientras el perro policía esperaba una mínima señal de la imponente agente que me custodiaba para saltar sobre mi mandíbula. No te preocupes, pensaba yo. Al final qué puedo decir, ¿que soy profesor, que me interesan los temas de inteligencia, que enseño estas cosas en una Universidad española? ¿España, dónde está eso, en México? Tranquilo, tiene explicación, seguro, pero no me gusta cómo me mira ni el perro, ni el tercer agente que se acerca al ordenador mientras con el telefóno descolgado recibe no sé qué datos sobre mí, naturalmente. Y su mirada clavada sobre mí, mientras habla con no sé qué agente federal que tiene en pantalla todos los Diego Navarro que han podido entrar ilegalmente en el país, formar parte de una banda latina o ser miembros de un cartel del narcotráfico tampoco me gusta


Tras casi una hora y el vuelo perdido, una señorita muy amable, el enlace del FBI en el aeropuerto se dirigió hacia mí y me explicó en un perfecto castellano que sentía los inconvenientes, que todo estaba en orden y que me devolvían tarjetas de embarque, pasaporte y todo. Naturalmente mi avión había salido ya pero automáticamente me reubicaban en el siguiente que, ¡oh sorpresa! Saldría en apenas una hora. No sé cómo fue aquello pero llegué a Madrid media hora antes de lo previsto en mi primer vuelo. A pesar de la tensión vivida, siempre destacaré que todo se produjo con la máxima profesionalidad: seriedad pero corrección extremas y amabilidad final que demostraba que aquello estaba perfectamente engrasado, que todos cumplían sus papeles y que el procedimiento se había aplicado con rigor habitual. 



 Denver, Universidad de Colorado. 2004. Feliz y confiado, días antes de lo que me esperaba en el aeropuerto!


Cuento todo esto porque hace unos días leía en The New York Times el reportaje de Hasan M. Elahi, profesor universitario nacido en Bangladesh que fue detenido en 2002 por error en el aeropuerto de Detroit. Recomiendo encarecidamente su lectura para comprobar cómo el personal docente, siempre en tránsito, habituado a congresos, conferencias, viajes, hoteles y departamentos universitarios en colaboración con otros colegas internacionales, no estamos exentos de problemas similares. Felices si se resuelven bien, como fue mi caso en medio de Estados Unidos, pero muy controvertidos e incluso peligrosos si la cosa llega a complicarse. 

Elahi fue conducido a la oficina del Servicio de Inmigración y Naturalización tras la célebre frase “sígame, por favor”. Aquí cuenta ahora su experiencia en el texto titulado significativamente: “You Want to Track Me? Here You Go, F.B.I.” y ofrece algunas reflexiones de enorme interés para determinar hasta qué punto la obsesión por el almacenamiento masivo de información con fines de seguridad nacional puede acabar por obstruir todo el sistema por uno de los males endémicos de nuestro mundo globalizado: la demasiada información.


En la sala donde le condujeron para interrogarle la primera pregunta sonó como un cañonazo: ¿dónde estaba el día 12 de septiembre de 2001? Afortunadamente, es persona que lo guarda todo, archiva todas sus citas y mantiene la agenda retrospectiva, sin eliminar nada. Así pudo sacar su pda y allí mismo acreditar que aquel 12-s, un día después de los atentados, su agenda era de lo más normal: “"pagar el alquiler de almacenamiento a las 10; reunión con Judith a las 10:30; clase de introducción 12 a 3, la clase avanzada de 3 a 6…” Gracias a su mentalidad archivera y a que conservaba la información en soporte digital, pudo ir respondiendo con precisión a las preguntas del funcionario de inmigración. Sin embargo, prosiguieron las preguntas, las entrevistas e incluso el sometimiento meses después, a pruebas de polígrafo. 


Viendo que seguía esa desconfianza, Elahi empezó a enviar a la oficina del FBI fotografías, copias de facturas, decenas de documentos escaneados que acreditaban qué había hecho, dónde, con quién y cuándo durante los últimos meses: aeropuertos visitados, comidas efectuadas en cada restaurante, conferencias impartidas, detalles de los taxis a los que había subido, vales de estacionamiento público, etc. La reacción del profesor Elahi fue un contraataque o, mejor un bombardeo de documentos (¡hasta 46.000 imágenes!) hasta mostrar con total transparencia que su actividad cotidiana distaba mucho de ser la de un peligroso individuo que ponía en jaque la seguridad del País. Demasiada información puesta a disposición en abierta de una oficina de inteligencia. Al final, resultó ser efectivo: semejante abundancia de información colapsó la posibilidad de efectuar un análisis objetivo y certero: la mejor manera de preservar la privacidad es renunciar a la misma. Como nos indica el protagonista de esta historia: “Hacer pública mi información privada devalúa la moneda de la información a los recolectores de inteligencia”.

 En definitiva: todo ello me recordaba la recopilación masiva, la ilusión de la omnisciencia y del control absoluto que persiguieron aquellos programas delirantes nada más producirse el 11-S como el impulsado por el veterano almirante John Poindexter en 2002 bajo los auspicios de la DARPA: Total Information Awareness (TIA). Este proyecto, puede contemplarse también como un ejemplo más de una sucesión histórica de formas de control masivo y de archivado completo y planetario: vigilarlo todo, archivarlo todo y, lo más difícil, recuperarlo todo. Es decir: una quimera en la era preinformática y una imposibilidad en nuestros días. Todo ello recuerda a otras épocas. Incluso la comparación del sello de la TIA (No confundir con: Técnicas de Investigación Aeroterráquea del admirado Francisco Ibáñez) con otras formas emblemáticas de nuestro Siglo de Oro arroja algunas similitudes.

Por ejemplo, hace más de tres siglos y por influjo directo de las capacidades de la escritura del despacho y del archivo como instrumento determinante del Estado moderno, Francisco de Zárraga mostraba por vía de simbolismo político el largo alcance de la pluma y la escritura. “Omnia infra se”, todo un mundo debajo del poder de la escritura y de la burocracia como forma de gobierno, de administración y de control por medio de papel, pluma y archivo. Este asunto, al que dediqué ya hace años una monografía, vuelve a reeditar su actualidad tras la lectura de este texto.





 Emblema de la oficina del programa TIA (Total Information Awareness), auspiciado por la Agencia DARPA de Estados Unidos en 2002.




 


 Francisco de Zárraga, Séneca Juez de sí mismo, impugnado, defendido y ilustrado, Burgos, Juan de Viar, 1684: “Una mano sostiene una pluma bajo la cual se encuentra el orbe terrestre y en el comentario del emblema se apela al poder de la escritura por cuanto que «todo el mundo será materia de las cartas; porque todo un mundo está debaxo de una pluma, como el mundo todo en manos de la lengua».




Poner en abierto esos datos, desnudarse en la red, colgar cientos de fotografías con tantos papeles y documentos de una persona era algo sorprendentemente inusual en 2002. Hoy es la norma en Flickr, en Facebook, en Picassa, en tantos otros repositorios que contribuyen a la llamada "extimidad personal." Me quedo imaginando la cara del agente de inteligencia cuando en 2002, un profesor decidió suministrar todos y cada uno de los justificantes documentados de su actividad cotidiana hasta colapsar su capacidad de análisis, no por defecto, sino por exceso de información. 

Ah, y una recomendación: si se encuentran por el suelo un posavasos, una chapa incluso un llavero con el emblema de un servicio de inteligencia, déjenlo ahí!! no saben por qué extraños vericuetos del destino su vida cotidiana puede verse complicada! 8-)


Diego NavarroB.


lunes, 24 de octubre de 2011

Los documentos y las trazas escritas como fuente de inteligencia: adelanto de investigación


El cometido no podía ser más fácil. El estado policial fascista había llevado fichas completas de las actividades de todos sus ciudadanos y nosotros heredamos sus extensos archivos en la planta superior de la Questura o Dirección General de Seguridad. El noventa y nueve por ciento de la información registrada allí era increíblemente trivial y en general reveló que casi todos los italianos llevaban una vida política de absoluta neutralidad, aunque eran proclives a las aventuras sexuales. En conjunto, eran interminables crónicas de vidas vacías. Era necesario un poco más de atención y esfuerzo en investigar a los pocos cientos de personas que habían sido militantes fascistas y que seguían en la ciudad, y a quienes –basándose en buena medida en nuestros informes- podría juzgarse necesario recluir.

Norman Lewis, Nápoles, 1944. Barcelona: RBA Libros, 2008, p.


 
Tal vez los lectores de este blog hayan advertido con cierta inquietud que durante estas dos semanas no he subido ningún contenido nuevo. Pero puedo asegurar que tengo explicación. Aparte de un molesto catarro, el primero de la temporada, el tiempo ha sido recurso especialmente escaso en los últimos días. De hecho, he terminado de redactar hace poco un artículo que será publicado en Tabula, revista especializada en Archivística, gestión de documentos y organización de archivos. Además, está prevista mi participación como moderador en una mesa redonda sobre Inteligencia mañana martes día 25 en el CESEDEN así como una ponencia en las Terceras Jornadas sobre Política y Seguridad Internacional: Estrategias de Seguridad para una nueva década que organiza en la Universidad de Granada el GESYP el próximo viernes.


El caso es que gracias a la invitación de mi querido colega en la Universidad de Salamanca Luis Hernández Olivera, he vuelto a retomar en este artículo que acabo de enviar a Tabula algunas de las ideas que ya había plasmado en mi contribución al Cuaderno de Estrategia nº 141. De hecho, quiero en esta ocasión compartir un avance de las mismas.



 Soldados de Estados Unidos inspeccionando documentos generados por los Ministerios iraquíes durante la invasión. Fuente: www.army.mil


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La mañana discurre tranquila en Vigo. En la cafetería donde se ha efectuado el contacto, aparentemente protegido de miradas indiscretas, la zona está en calma y presenta el aspecto de siempre, un día cualquiera a la misma hora. Nadie diría que apenas cinco minutos antes, los dos individuos que se han sentado en la mesa número seis sólo han bebido dos consumiciones y charlado un rato. En realidad, acaban de cerrar una importante operación de narcotráfico internacional en la que la cantidad de droga revela su alcance: 1600 kilos de cocaína colombiana. Sin embargo, un mínimo detalle será el detonante de toda la operación policial que está en marcha y que, finalmente, les llevará a prisión. Con paciencia infinita, el grupo policial experto en seguimientos lleva toda la mañana observando, acechando a los dos hombres. Es un equipo de policía muy experimentado, sabe cómo observar sin ser visto, apurar los tiempos y la paciencia hasta dar con la pieza. Por eso, antes de que el camarero se lleve los vasos y limpie la mesa, un agente disfrazado corre veloz hacia la mesa donde se han sentado los dos narcos e introduce en una bolsa precintada seis diminutos trozos de papel de servilleta que han quedado en el suelo. A continuación la deposita en el bolsillo de su pantalón y medio minuto después, todo el dispositivo se ha levantado abandonando la escena. Nadie ha visto ni oído nada. A continuación, en el laboratorio de análisis policial, la alegría es evidente: los fragmentos de esa minúscula servilleta han servido de improvisado soporte de escritura para marcar los datos fundamentales de la operación: el nombre de la exportadora de contenedores, el puerto de entrada, el destino final y la cantidad de la droga (Borasteros y Abril, 2011)


A miles de kilómetros de distancia, la unidad especial del ejército de Estados Unidos carga en vehículos blindados los miles de kilos de papel, ordenadores y soportes magnéticos y ópticos de almacenamiento de información que se hallaban desperdigados por los sótanos de los antiguos ministerios de Saddam Husein. Los archivos del Régimen serán fuentes precisas de inteligencia una vez se traduzcan, describan pormenorizadamente y se integren con los demás datos de inteligencia que de manera continua y masiva llegan a los mandos militares sobre el terreno. El objetivo es disponer de una visión holística, integral, de las actividades, nombres de funcionarios, estructuras, departamentos de los ministerios y cartografiar la antigua administración iraquí.

Mientras tanto, en el otro extremo del mundo, la eliminación del dirigente de las FARC colombianas, Raúl Reyes, ha permitido acceder a los discos duros de su ordenador y proceder a un análisis completo de la información capturada en el transcurso de la operación «Fénix». Los resultados siguen suministrando importante datos de inteligencia y el Dossier estratégico titulado Los documentos de las FARC : Venezuela, Ecuador y el archivo secreto de Raúl Reyes (Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, 2011), así lo prueba: en diversos ficheros se mostraba la interrelación de las FARC con el narcotráfico, con bandas terroristas europeas como ETA, planes para derribar aviones civiles y militares, manuales de manipulación y almacenamiento de uranio para su comercio en el mercado negro, así como numerosos correos electrónicos con actas de reuniones clandestinas, propuestas de pago por la liberación de rehenes, etc.

Estos ejemplos, independientes entre sí tanto geográfica como cronológicamente, tienen sin embargo elementos en común que configuran muestras de una práctica de gran recorrido histórico. Sirven de punto de arranque para el desarrollo de estas páginas centradas en un tema de investigación sobre el que hemos avanzado recientemente. Bien sea desde una perspectiva histórica, conducente a verificar la doctrina en materia de acumulación y explotación de fuentes de información para inteligencia o más concretamente para desarrollar propuestas de identificación de la producción documental de grupos insurgentes, terroristas o vinculados al crimen organizado el tema abordado aquí se vincula a dos especialidades que considero íntimamente vinculadas: la gestión de documentos y archivos por un lado, y la explotación de fuentes documentales con fines de inteligencia por otro. Para desarrollar esta interrelación manejo dos conceptos vertebrales: trazabilidad documental e inteligencia.

Esta documentalidad o estudio de los restos escritos, se vincula asimismo con la teoría del documento en general y con el documento de archivo en particular. En estas páginas también se hace hincapié en aquella categoría de documentos no solemnes, englobados bajo la denominación de “escrituras ordinarias”, clasificación que propuso hace tiempo Daniel Fabré. Es, para el caso que nos ocupa, cualquier traza, por pequeña o aparentemente intrascendente que sea, constitutiva de ser objeto susceptible de explotación con fines de inteligencia. 

Frente los documentos oficiales y los registros de los actos jurídicos, se sitúan los trazos, las inscripciones, los testimonios que se sustentan en tipologías menos reforzadas por el derecho: cartas, diarios, memorias, incluso asientos contables, octavillas, carteles, diarios oficiales, anotaciones personales, datos tomados en soportes de la más variada consistencia y grado de perdurabilidad o condición de efímero. No es tampoco un concepto estrictamente novedoso ya que el estudio del documento como prueba y testimonio situado dentro de la documentoscopia (“estudio de todo tipo de soportes –y sus elementos constitutivos que corporicen datos, hechos y narraciones con función probatoria”) y la grafística (estudio de la escritura que incluye la grafopsicología, grafopatología y pericia caligráfica para determinar la autoría de un escrito a mano), son consideradas desde antiguo como especialidades forenses tal y como estudiaron ya hace años Viñals y Puente.

En este caso, el objeto de estudio para el fin perseguido por un organismo de inteligencia no son las fuentes abiertas (Open Sources Intelligence) ni la información procedente de satélites o plataformas de observación (Imagery Intelligence) ni tampoco la conversación que es captada por un agente sobre el terreno (Human Intelligence) o por una estación de interceptación de comunicaciones (Signal Intelligence). En estas páginas se hará especial hincapié en un conjunto de documentos que comparten la misma característica: se han registrado en soportes tradicionales en papel o derivados y, pese a su fragmentariedad, heterogeneidad y fragilidad, constituyen fuentes de información imprescindibles para el trabajo de inteligencia. Se trata por tanto de aprovechar toda la información aportada por documentos y vestigios documentales dejados por una organización o individuo en el transcurso de sus actividades de carácter militar, subversivo, delincuencial o terrorista. 

Resulta así una suerte de Inteligencia procedente del estudio y explotación de la información tanto formal como de contenido que aportan los documentos de archivo. La categoría dentro de los tipos de inteligencia sería por razón de la fuente empleada (documento de archivo) y no por el momento de empleo (básica, actual, estimativa) ni por la temática (geográfica, política, militar, etc.). Es bajo esta categorización donde los documentos de carácter personal y, por extensión, los archivos personales vuelven a ofrecer un interés creciente, en este caso como trazas, resultados o restos sobre papel y sus derivados de la actividad o identidad de un individuo o un grupo.



 
Poco importa que nos situemos en el ámbito de la delincuencia organizada internacional, en el seno de las operaciones militares contra la insurgencia talibán radicada en las montañas de Afganistán o en la recogida sistemática de cuantos documentos se dejan atrás como consecuencia de guerras, revueltas o cambios de régimen (el caso de Libia y los archivos de las estructuras de seguridad e inteligencia de Gaddafi localizados en Trípoli es reciente y elocuente). 

De hecho, en los tres ejemplos anteriores, dando por sentado que responden a motivaciones, idearios y fines muy dispares, se comparte un elemento consustancial: en todos se utiliza información y en todos se generan documentos como resultante de sus actividades. El rastro documental dejado como consecuencia de sus funciones, estructura y dinámicas de comunicación seguirá siendo una fuente de información de primer nivel para la investigación y ámbito de actuación de unidades y órganos especializados en inteligencia para la seguridad y la defensa. Lo es ahora y lo ha sido siempre. Es preciso entonces articular un método adecuado para organizar, analizar, explotar e integrar con el resto de tipos de información estos restos documentales a fin de generar nueva información de inteligencia. Por otra parte, no puede olvidarse otra gran ventaja procedente del análisis de los documentos y escritos, como es el conocimiento que se deriva de sus capacidades de inteligencia, es decir, de los modos en que la información es obtenida, procesada y utilizada por el enemigo para generar, a su vez, su propia inteligencia, como ha señalado recientemente Gaetano Ilardi.

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[Continuará…]

 DiegoNavarroB.